mayo 04, 2006

INICIO




Hace algunos meses escuche una frase: “Existen viajes que te llevan a muchas partes”, o algo parecido. Era el slogan de una película, “Las Crónicas de Narnia, el León, la Bruja y el Ropero”. Es la adaptación del libro homónimo de C.S. Lewis y, como en Hollywood, últimamente esta en plena sequía de ideas originales, y después de la estela dejada por “El Señor de los Anillos”, los productores apostaron a un negocio seguro y ganaron. La película fue un existo. De hecho en este momento escucho la banda sonora. No deja de ser interesante la trama: cuatro niños descubren el paso a un mundo lleno de magia a través de un ropero. Algo simple y a la vez complejo, como el corazón y la mente de un niño.Pero no es mi intención en esta oportunidad hacer crítica literaria ni cinéfila.
Vuelvo a la frase: “Existen viajes que te llevan a muchas partes”. Exactamente hace 66 días esas palabras volvieron a mi mente. Tomaba un bus con dirección a Algol, a mi nuevo trabajo. Desde Traiguén, no es un viaje largo (poco mas de una hora), pero para mi fue eterno y desarraigador. Me alejaba de la casa materna, no por primera vez, pero si definitivamente. O al menos así lo pensé en aquel momento. Ese bus me llevaba a menos de cien kilómetros del lugar donde nací y crecí, a un lugar físico exacto, una ciudad sureña con un microclima envidiable. Pero en realidad me llevo a un lugar muy diferente. Si bien mi cuerpo sigue estando ahí, desde ese día mi mente comenzó a vagar más de lo acostumbrado. Y aquellos que me conocen podrán decir que eso ya es bastante. No, no piensen que tuve viajes astrales o algo así. En realidad mi viaje fue hacia el interior, como una minúscula ameba que se recoge para si misma. En estos dos meses he descubierto cosas de mi que nunca me imagine tener. No son exactamente sentimientos, ni emociones, ni cualidades, ni características. Es simplemente que jamás imagine que mi camino me traería aquí, precisamente donde estoy parado ahora. Es como si estuviera en una pequeña colina, pero que me permite una vista panorámica inmensa. Puedo ver valles, ríos, bosques, pueblos, personas. Pero solo hacia atrás. Soy joven, pero siento que he recorrido mucho camino ya. Pero desde mi colina, no puedo ver que hay mas adelante. Una enorme cadena montañosa me nuble la vista, me ensombrece, pero por primera vez en mi vida puedo decir que no me atemoriza. Que no siento pánico de explorarla, sino curiosidad; que no me siento invadido de nostalgia, sino de optimismo; que no me siento decepcionado de mi, sino orgulloso. Este viaje me condujo a un camino inexplorado en mi interior. Y si, creo que me descubrí. Un amigo me dijo que la esencia de las personas no se puede cambiar, pero ¿Qué tal si esa esencia estuvo oculta por años? ¿Y lo que afloro siempre no fue mas que mascaras y cinismo? Como dijo El principito: lo esencial es invisible a los ojos. Y creo que yo nunca me había mirado a los ojos. No hablo de mirarte a través de un espejo, pues eso es solo un simple reflejo sin vida. Me refiero a mirarte a ti mismo, reflejado en los ojos de los demás. Observar con detalle y cercanía como la pupila de otra persona de crece o se vuelve diminuta con tu presencia. Allí, descubrí lo esencial en mí.

Quizás detrás de las montañas aun quede mucho camino por recorrer, y muchos baches que cruzar, muchas caídas de las que levantarme, muchas personas que conocer.Quise que este fuera mi primer comentario en el blog. Creo que todos podemos llegar a conocernos y explotar de nosotros capacidades desconocidas. Pero por sobre todo elegí este tema por que quise escribir sobre mi partida desde el momento en que la frase volvió a mi mente aquella tarde del último día de febrero. Pretendí escribir y nunca lo hice. Hasta ahora. Estaba viajando, en otro sitio, en un lugar muy lejos de mí. Y si lo pienso bien talvez la fábula de Narnia no sea tan irreal como creen “los adultos”. Atravesé una pequeña frontera y descubrí otra vida, un mundo nuevo. Atravesé un oscuro ropero con olor a naftalina, pero en vez de encontrar un fauno, una bruja y un león, me encontré a mi mismo. El Eduardo que habitaba al otro lado del Ropero.

Angol, 3 de mayo de 2006

2 comentarios:

Lafayette dijo...

amigo mio, que lindas tus palabras finales, el viaje hacia ti mismo... de seguro los creadores de estas historias tambien han buscado su esencia dentro de ellos mismos al viajar a traves de sus letras... la vida es un eterno viaje, un eterno cambiar de lugar...
Espero mas de ti en tu blog...

Lafayette dijo...

posteame mi blog tambien...