julio 19, 2008

El Charco - Parte Uno

I

-¿Cuánto valen mis lagrimas?- me pregunté.
Baje un peldaño de la escalera, y luego otro, y después un tercero.
-¿Valdrán lo mismo que un suspiro?- pensé- Pero, ¿un suspiro mío o un suspiro tuyo?
Las lágrimas son agua, como la tenue lluvia que ahora me salpica los hombros. Como las gotas que ahora rebotan sobre la acera gris, sobre la pulcra escalera por la que ahora camino.
-Las lágrimas de la diosa. ¿Pesaran lo mismo que las mías? ¿Qué forma tendrá las lágrimas?
Otro peldaño. Casi el último. Y entonces la vi. Con forma de luna alargada, del color de las nubes tempestuosas. No. Más bien era azul, límpida, pero no transparente. Era un charco, no uno ordinario, sino uno como nunca lo vi antes. Parecía que la lluvia rehuía caer en el. No pude ver el sonido en su superficie. No tenía ondas. Sin textura. El último peldaño y ahora lo tengo casi bajo mis pies. Un paso más y dejare atrás. Como tantos rostros en mi vida, como tantos cuerpos, como tantas sensaciones. Como tantos sentimientos.
Sigo pensando en mis lágrimas. ¿Cuánto pesaran? ¿Serán más livianas las del llanto que las de la risa? Y entonces algo ocurre. La superficie de la poza ya no es lívida. No tiene ondulaciones, pero sin embargo se mueve, como las teclas de un piano que sin rozarlas, cantan. La veo como uno que parpadea. Su profunda pupila es como un espejo. ¿Quién en la intimidad no ha jugado a ver su imagen reflejada en los ojos de la otra persona? ¿Quién no ha deseado a través de este juego casi infantil sumergirse en las profundidades del otro, deseando invadir sus arcanos y robar como un corsario todos sus tesoros? Así se me apareció el charco. Como si fuera una persona. Y quise penetrar aquellos secretos, quise conocer el origen de ese llamado, aparecido así de pronto en mi vida, mientras bajaba meditabundamente una escalera olvidada en un pueblo fundado siete veces. El charco me susurro con el sonido de la lluvia. Mire hacia todos lados sin atreverme a dejarlo atrás, teniendo miedo que alguien me viera observando estúpidamente una poza de agua. Di un paso, para dejar tras de mí la escalera, y tropecé. Lo reconozco, me deje caer sobre el charco. Necesita probar ese líquido tan distinto a los otros. Lo último que sentí fue un frio glacial en el rostro, una quemazón profunda y un miedo terrible y sin nombre. Definitivamente no era un charco ordinario. Mis ojos ardían, la sangre huía de mi piel. Y luego fue todo oscuridad.
Cuando desperté (¿estuve dormido? o ¿inconsciente?). Cuando volví a abrir los ojos estaba en otro lugar. El charco estaba ahí, pero ahora la lluvia lo traspasaba. No reflejaba ningún sol tras de mí, pues solo habían un cielo encapotado. Era un charco como cualquiera. Me puse de pie y busque mis cosas. No estaban, solo estaba yo y mi chaqueta. Mi morral no se veía por ningún lado. Tenía los pantalones mojados, pero no sentía frío. Mire hacia la izquierda y luego hacia la derecha -¿Dónde estoy?- me pregunte
Y no hubo respuesta. A mi alrededor había una plaza y mas allá un pueblo de casa agazapadas unos junto a otras para protegerse de la lluvia. El cielo era gris, la calle era gris, el agua no tenía color. Los arboles eran retorcidos y grises. Era un mundo en blanco y negro, como las películas antiguas. O al menos yo lo veía así. Melancólico.
-¿Cuánto valen mis lagrimas? ¿Valen lo mismo las mías que las tuyas?- dijo una voz femenina tras de mí.
Me di vuelta con rapidez ¿Quién espía mis pensamientos? La voz venia desde atrás de una retorcida higuera. Sin hojas ni frutos. Seca. No había más de diez pasos entre yo y la higuera. Me acerque y a medida que lo hacía comencé a distinguir una cabellera negra y larga, un cuerpo sinuoso oculta bajo un vestido blanco. Al llegar tras el vetusto árbol me detuve. ¿Quién era ella?
-Te pregunto otra vez ¿valen más mis lagrimas que las tuyas?- repitió.
-Valen más las mías- respondí. Sentí como mi voz fluía a través de mi garganta y resonaba en todo aquel lugar.
-¿Por qué?
-Si me miras de frente te lo diré-
Lentamente giro hacia mí sus piernas, como una gata que comienza a despertarse después de una larga siesta. Luego volteó su tronco y enseguida su cabeza. Vi su rostro. Es la mujer más bella que jamás he visto. No sé si era la extraña fotografía de aquel extraño lugar. O era la lluvia de la plata cayendo en minúsculas hebras sobre su cabello oscuro y lacio. ¿Serian esos ojos claros, que en mi mundo, donde las cosas son de mil colores, tendrían la tonalidad del cielo de septiembre? La llovizna hacia que su piel pálida perdiera sus límites con el albo vestido. La misma lluvia que me hizo tropezar y caer allí moldeaba sus senos como dos pomelos maduros…deseando ser mordidos.
-No me has respondido-dijo fijando en mi sus enigmáticos ojos perlados- ¿Por qué dices que tus lagrimas valen más que las mías?
-Porque he llorado mas-conteste sin pensar- tu piel se parece la mía. Aun no cumplimos los treinta años. Pero mis ojos cargan mas lloro que los tuyas, mas noches desveladas esperando a alguien sin forma que jamás llegó. Tus ojos tienen la edad de tu cuerpo. Los míos, los de un anciano sin experiencia.
-Te equivocas-me dijo con una voz que haría arrodillarse a un regimiento- el peso de las lagrimas no se mide por la cantidad de ellas. Es como medir la cantidad de lluvia caída por los días que ha llovido. Existen semanas en que no deja de caer agua, pero es solo una fina garua que no es capaz de llenar un charco insignificante. Pero hay noches en se desata con furia la tempestad y rebosa ríos y arrastra vidas y pueblo. Dispersa sensaciones. Las lágrimas y la lluvia tienen mucho más en común que solo el agua que las compone.
-¿Entonces como mides el peso de las lágrimas?-pregunte
-Tienes razón en algo sin embargo. Hemos vivido lo mismo. Pero tú has llorado más que yo. Eres apuesto, pero te falta sonreír más. Todos los días. No dé vez cuando. Ríe siempre. Ríe por que caes en un charco de agua. Haz que tu risa te haga llorar.
Sin pensarlo sonreí. Y ella también. Era hermosa. Una ninfa nacida de la lluvia. Una musa a la cual le escribiría poema hasta que mis manos no fueran más que un par de pellejos resecos.
-Entonces ¿las lágrimas de la risa pesan más que las lágrimas del llanto?-
-No-
-No entiendo entonces- y fue la cuarta persona frente a la cual me siento ignorante. La cuarta persona frente a la cual no tengo más argumentos que mi sonrisa.
-El peso de las lágrimas no tiene relación con el tipo de lágrimas, si son de risa o de llanto, sino con la profundidad del sentimiento que las motivó. Si has llorado cuando coronas un logro esas lágrimas pesan más que las que derramaste mientras trabajabas por obtener ese logro. Si lloraste porque perdiste un amor, esas lágrimas valen menos que las que derramaste cuando te reíste con ese amor.
-Entonces, cuando los niños pequeños lloran porque sienten la ausencia de su madre…esas lágrimas pesan más que las que muchos adultos derraman al perder sus madres. La de los niños refleja un sentimiento de desamparo e indefensión. De angustia y vulnerabilidad ante el mundo. La de los adultos plañideros muchas veces solo es la comprensión y aceptación de la muerte. O la negación de la misma. Pero entienden que es real. Los niños no saben que no es real que su madre no volverá por ellos.
- Entiendes rápido. Ves que te hace bien sonreír. Te vuelve más bello e inteligente.
Silencio. Bendito silencio, para comprender sus palabras y las mías. Continúe contemplando su figura, desde sus pequeños y descalzos pies de sílfide, subiendo por sus piernas pálidas y llanas como praderas vírgenes. El vestido cubría conscupiscientemente su sexo, pero no me detuve a pensar en su monte de Venus. Que me quedara la imaginación al menos. Me distraje pues vi sus manos de mármol alargadas y sensuales sujetar una calota tan pálida como su vestido. No me horrorice ante su presencia, sino mas bien sentí una mayor atracción hacia ella.
-Ven amor mío- exclamo extendiéndome su mano -Siéntate junto a mí y háblame de tus lagrimas, cuéntame tus tristezas y tus temores. No encontraras en mí la solución a tus penumbras, pero tus mismas palabras guiaran tu alma hacia prados mas soleados.
-¿Cómo te llamas?-dije y temí al instante que mi torpeza rompiera el encanto.
- Es mejor así, que tú no sepas quien soy y yo no sabré quien eres tú. Te conozco pero no sé quién eres.
-¿Por qué me llamaste “amor mío”?- y sentí miedo de nuevo. Miedo a enfurecerla y no me permitiera estar cerca de ella.
-Te amo porque has sido el primero en entender mis respuestas…
Y sin decir una sola palabra, me senté junto a ella y comencé a percibir su perfume a noche de invierno.