octubre 30, 2010

¿Donde?

¿Donde quedo la tarde en que jugabamos?
¿Donde quedaron los niños de viento?
 ¿Escondidos?
 ¿Asustados?
¿Perdidos?
¿Felices?
¿Donde se fueron las mañanas rociadas de dulzura, las noches complices asaltando las estrellas?
 
¿Donde estan ahora esos cinco niños?
Las carreras por el campo.
Las invasiones al bosque de eucaliptos
Los llantos y las caídas del sauce lloron
¿Donde se fueron?
¿Quien se los robo?
 
¿Donde se fueron los sueños de esos niños huerfanos de razón?
Los caballos de nube, los dragones parlantes, los anillos magicos
¿cuando los perdimos?
 
¿Que avalancha hormonal nos arrebato la risa y nos estrello de golpe contra
el pavimento frio y gris?
¿Quien nos mintio y nos dijo que los arboles no susurran y que los gatos no cuentan historias las amanecer?
 
¿Donde quedaron aquellas dos niñas y aquellos cinco niños?
Me cuesta encontrarlos.
Tengo miedo de buscarlos y no hallarlos
 
¿Cuando la mochila dejo de llevar cuadernos y comenzo a llevar amor y angustia?
¿Cual fue la noche en que la luna parió a la pasión y dejo agonica a la infancia?
 
¿Son sueños o en realidad caminamos de la mano por calles esmerarlas, de ciudades jamaz encontradas?
Ciudades que solo viven en las profundidades eternas de la mente.
 
¿Donde quedaron? ¿Que angustia los separo?
 
Marcha, camina. Busca
Deben estar ahí. Agazapados en algun lugar inconsiente.
Esperardo la tarde, esperando el refrescante rocío.
Debe estar ahí. Esperando.
Esperando
 

septiembre 13, 2010

Las mejores peliculas de zombies (según yo)

Debo reconocerlo. Hay una criatura sobre todas que siempre me han aterrado. Más que cualquier fantasma, aún más que un desbocado Hombre Lobo. Incluso más aún que Gary Oldman en "Drácula" de Coppola. Debería decir que un tiempo me asustaron las momias, pero eso quedo atrás después del desajuste hormonal de la pubertad. Fantasmas, hombres lobo, vampiros, momias...¿que nos queda? Tres más: Jason, Fredy y el payaso de "Eso" Aunque no lo crean, existe algo que me aterra mas que todos ellos juntos, La más espantosa de las criaturas de la noche: Los zombis.


Daria para todo un ensayo describir porque me causan tanto temor. ¿Será porque se comerían mis sesos sin contemplación, sin importarles de mi capacidad cognitiva? ¿Será porque todas las películas de zombis (al menos las buenas) son claustrofóbicas? ¿Será por el terror de comprobar que más allá de la chispa vital no somos más que una fría armazón de huesos y carne? ¿Será ese rigor mortis constante? No lo sé. En realidad si lo sé. Pero no lo voy a detallar aquí.

El primer recuerdo de aquel temor lo suscita Michael Jackson y el inmortal "Thriller". Sin considerar lo irónico que resulta un video clip de zombis, que por la genialidad de su factura, nos "sobrevivirá" a muchos, "inmortalizándose" de este modo. Yo tenía cinco años y de solo ver esa grotesca transformación en hombre lobo, sentía ganas de correr. Pero realmente perdía el control en ese terrorífico clímax, con la protagonista encerrada en una casa, acechada por zombis. Aunque me explicaran que nada de eso era real, que se trataba de un baile, el solo hecho de oír la melodía me hacia llorar...(todavía hoy, a los 30 años me estremece)

Tenía casi catorce años. Era invierno. Esos cálidos inviernos de mi adolescencia en casa de mi abuela. Sábado en la noche y especial de terror. a las dos de la mañana ¿qué me encuentro en TVN?: El Regreso de los muertos vivos. Y así, súbitamente despertaron todos mis terrores infantiles.

Varios años mas tarde y varios metros de cinematógrafo transcurrido, disfrutados y palpitados (tal vez parte de mi hipertensión se deba a este pasatiempo) y puedo clasificar, las que según mi parecer, son las mejores películas de zombis jamás filmadas.

1. La noche de los Muertos Vivientes: No podía ser de otra manera. Aunque George Romero me sigue decepcionando cada vez que estrena una nueva película que estrena, es esta la que inauguro el género. En blanco y negro con un negro protagonista y una rubia en shock, en manos de cualquiera no habría funcionado. Con poco presupuesto, Romero, creo una de las películas más escalofriantes de la historia. Entremezclado con racismo y lucha de clases, los personajes están tan bien definidos que uno casi se siente encerrado en esa casa de campo.



2. REC: en español, más bien en "cojonés" nos llego esta obra maestra peninsular. ¡Jamás debió tener segunda parte! Claustrofóbica por donde se la mire, los giros de cámara no hacen más que estremecerte, mientras cada aullido, cada grito, cada sollozo parece susurrado en tu oído. Casi puedes sentir la piel desgarrándose. Ojo, que estos zombis no son lentos como los de Romero.



3. El Regreso de los Muertos Vivientes: si, aquí esta ¿y qué? A mí me aterro, aunque a muchos les causa risa. Díganme ¿que mas freak que muertos saliendo de sus tumbas para alimentarse de una pandilla de punkies? Solo los ochenta podrían haber engendrado un producto así.



4. La Horda: comparte el tercer lugar con “El Regreso de los Muertos vivos” Joya de la cinematografía francesa. Otro edifico (como en REC) acosado por zombis mas rápidos que los de “Exterminio” Y como colofón un final de antología.




5. Exterminio, o 28 días después ¿Qué mas estremecedor que despertar de un coma profundo y descubrirte solo en una metrópolis, atestada de furiosos y veloces zombis? Quienes no la han visto aún, deben verla.



En el tintero quedan varias. “Residen Evil 1” (solo por la expresión final de Michelle Rodríguez, vale la pena soportar a Jovovich hora y media; la heredad del cine B “Reanimator” basada en los cuentos de Lovecraft, las dos secuelas de Romero y tantas otras. Una franquicia que ya invadió los videojuegos y la literatura. No me extrañaría de un día a otro, despertar oyendo tras la ventana  acechantes aullidos de hambrientos zombis. Siempre he creído que, de verme en esta situación, una bala en la cabeza seria la mejor opción. No la de ellos. En la mía.

marzo 28, 2010

De calcio y amoniaco

-¿Para que leer tanto?- preguntó la niña, sujeta firmemente a la mano del adulto.

Las personas sin rostro transcurrían insípidas, mirando las maniquíes cadavéricas de las vitrinas fluorescentes como si de un nuevo culto se tratase. Al adulto, los paseos dominicales por las galerías de los centros comerciales le parecían vetustas reminiscencias de lo peor de mundo olvidados.

Casi con asco, observaba como niñas púberes, aun con sus botones mamarias en imperfecta simetría, se agolpaban frente a las puertas de cristal de alguna tienda de nombre rimbombante, probándose mil veces prendas de vestir que poca diferencia tenían entre sí y que lo mas probable es que ni el 90% de sus conocidos notasen una vez que se la viesen puesta. La vendedora siempre con cara compungida, como s sufriera de cólicos crónicos, observa a cada niña y les recomienda tal o cual accesorio con la sapiencia de quien un doctorado en telas y colores. “Con suerte- pensó- el adulto, termino la secundaria y les recomienda a esas pobres mocosas aquellas prendas mas caras y que las hacen ver aún mas ridículas de lo que su edad ya de por sí les plantea”. Hay talvez en la vendedora algo de resentimiento social, de hacer creer a esas pobre mocosas que el color que escogieron combina con el de sus delicados ojos, sabiendo (la vendedora) que con el costo de esa prenda alimentaria a sus hijos por dos semanas, que sus hijos jamás vestirán ropa de ese tipo a menos que ella se robe una prenda en un descuido…

Catedrales del consumo. Las personas ya no creen en otro dios que no sea el dios de las vitrinas y los estantes. Muchas piensan que aquel poncho de lana que a la modelo de la televisión le queda divino, se adaptara casi geográficamente a sus cuerpos, alimentados por años con dietas ricas en grasas. No entienden, pensó otra vez el adulto, que la excepción es el esqueleto que luce el poncho, no el resto de las mujeres que por mas gimnasio, pastillas y dietas, jamás lucirán el poncho de esa manera. Es cosa de lógica, pensaba…si leyeran algo de filosofía en vez de mirar tanta televisión lo entenderían y su vida sea más fácil.

-Ya pues dime, ¿para que leer tanto?- repitió la niña apretando esta vez la mano del adulto con más fuerza.
-mmm....., haber como te lo explico-

Guió a la niña al borde de la baranda y le indico un punto específico del primer piso.

-¿Ves aquella mujer que devora el helado al pie de la escalara?-
-¿La de chaqueta roja?
-Si, ella- dime continuo el hombre - ¿de que color tiene el cabello?
-Rubio-
-Exacto, pero dime ¿alcanzas a ver de que color es su piel?
-Morena, creo, si es morena.
-En la naturaleza, esa combinación no existe. Piel morena y cabello rubio. Y si se llega a dar de forma natural es una mutación, algo que por un accidente genético ocurrió, pero que es inmediatamente eliminado, en sus genes, para que no se repita. ¿Crees que esa mujer es un mutante?

La niña solo rió. El hombre la miro incrédulo. Repitió la pregunta.

-No, no es mutante- fue la respuesta
-¿Por qué no? Pregunto inquisitivo el adulto
-mmm... no lo se- dijo esta vez la niña-
-Mira bien, otra vez, desde acá se puede apreciar mejor- Tomo a la niña en sus brazos- fíjate en su cabeza, en la línea media de su cráneo. ¿De que color es el cabello ahí?
-No es rubio, es negro- respondió la niña.
-¡Correcto!-ahora mira mi cabeza- El hombre se agacho y se puso a la altura de la niña - ¿de que color es mi cabello en el lugar donde nace?
-Castaño-
-¿Y de que color es mi cabello en las puntas?
-Castaño también-dijo la niña
-Entonces dime…¿Por qué esa diferencia entre la mujer del helado y yo?
-jajajaj- rió la niña- Porque tú no te tiñes el pelo, eso solo lo hacen las mujeres…
-sshtsss- dijo el adulto llevándose el dedo índice a los labios- mira a tu izquierda, aquellos dos jóvenes que miran la vitrina de la disquerías…

La niña no pudo contener una carcajada al comprobar que los dos susodichos llevaban el cabello negro mezclado con mechones rojos uno y blancos el otro.

-Entonces, si la mujer de abajo, se tiñe el pelo rubio, porque en realidad su cabello es negro, acorde al color de su piel, según dictan sus genes ¿es mutante?
-No. Respondió de inmediato la niña-No, pues no nació así.

Hubo un momento de silencio, durante el cual la mujer tomo por fin la escalera y se dirigió como hipnotizada al segundo piso. Paso junto a ellos y entro rauda en la farmacia. El adulto copio a la niña de la mano y se entretuvieron observando a la mujer mientras escogía un tubo de pinturas para el pelo. La niña volvió a reír cuando la mujer pidió la tintura “más económica” (un eufemismo usado por muchos chilenos para comprar lo más barato y no asumir .en público, que no tenemos dinero para comprar algo más caro. Finalmente dejaron la farmacia sin comprar nada.

-Pero dime- dijo la niña retomando la conversación- ¿Qué tiene que ver la pintura para el pelo con que en cada visita que hacemos al centro comercial me obligues a ir contigo a la librería y me hagas escoger un libro?
-También vamos a la juguetería y te hago escoger una muñeca. Nunca reclamas por eso…
-Con las muñecas juego y con los libros….
-¿Qué haces con los libros que te compro?-
-Los guardo en el estante-
-¿Qué haces con las muñecas que te compro?
-Juego-
-¿Todo el día?
.No, todo el día no…
-Cuando no juegas con las muñecas. ¿Dónde están?
-En el estante, junto con los libros…

Esta vez fue el adulto quien rió.

-¿Por qué crees que esa mujer decidió cambiar su color de cabello?-pregunto el adulto
-Porque quiso ser rubia y no nació rubia-
-Excelente respuesta- dijo el adulto- Solo por esa deducción este fin de semana serán dos muñecas y no una. ¿Por qué no nació rubia?- pregunto esta vez, frunciendo el ceño.
-Porque sus padres no eran rubios…-dijo la niña dudosa…pero eso es una suposición mía
-Haber- dijo el adulto- volvamos a las muñecas. Tus muñecas de cabellos oscuro ¿Qué nombres tienen? ¿De donde se supone que provienen?
-Hay una que es asiática, otra latina, otra africana-
-¿Y la rubias de donde son?-
-De Estados Unidos, de Europa, de Rusia-
-Bien… ¿pero siempre a sido así?
.Yo creo que no.
-No, no siempre ha sido así. Las poblaciones rubias vienen del norte de Europa. Antes eran llamados bárbaros, es decir todos aquellos que estaban fuera del imperio romano y eran considerados inferiores. En aquella época, ser rubio era causa de discriminación.
-Ósea que en ese tiempo- afirmo la niña- las mujeres se teñían el pelo oscuro-
-¡Exacto! Porque los amos del mundo no eran rubios, tenían el cabello oscuro. Ahora los amos del mundo tienen el cabello rubio y todo el resto quiere parecerse a ellos. Los romanos incluso usaban a sus esclavos rubios para secarse las manos en aquellas cabelleras claras después de comer.
-¿Pero que tienen que ver los rubios con los libros?- refuto la niña con fingida mirada iracunda.
-¿Tu crees que la falsa rubia del helado se habría teñido su cabello de ese color sabiendo que años atrás, los entonces amos del mundo (no muy distintos a los de ahora) la hubiesen considerado inferior y llenado se cabello de grasa solo por ser rubia? ¿Y como lo habría sabido? Leyendo cualquier librillo sobre las invasiones bárbaras y el fin del imperio romano.
-Jajaja – rió impetuosa la niña- pero no pretenderás que nos rijamos por cosas que pasaron hacen mil años.
-Tú, ¿te teñirás rubio tu hermoso cabello castaño después de saber esto, y pensar que cada vez que coma carne te llamare para secarme las manos en tu pelo teñido?
-Obviamente no te dejare hacer eso. Pero me gusta mi color de pelo. No lo cambiaria.
-Eso mismo pensaba aquella pobre mujer- rebatió el adulto- pero ¿que paso? De seguro una vecina o una amiga, cambio abruptamente su color de pelo. A pesar de las críticas le dijo que tenía que atreverse a ser distinta. Ahora yo me pregunto ¿Por qué rubio y no otro color? Porque eso significa que tienes dinero para comprar pintura. ¿Qué pasa cuando no tengas dinero? Se comenzaran a ver raíces negras o blancas, se comprara la pintura mas barata, será victima de encanecimiento y encalvecimiento prematuro y su cabello jamás volverá a tener la belleza que de seguro tenía con su color natural. No gozara nunca de aquellas divinas canas de la madures que le darán aspecto de mujer sabia. Al contrario su cabello siempre se vera reseco y pajoso. Le quitaran respeto a su imagen y los niños se reirán del nido que lleva por peinado. Todo por no leer y convencerse que su cabello era hermoso aun sin pintárselo de otro color.
-¡Que tétrico como lo planteas!- es como si fuera el fin de su vida.
-Antes que su pelo se vuelva gris, preferirá mantener el color artificial. Cuando tenga poco dinero, deberá escoger entre comprar pintura o comprar leche. ¿Qué crees que escogerá?
-La pintura -dijo la niña sin vacilar- Podrá salir a la calle con la cabeza teñida y nadie sabrá que no toma leche.
-Si hubiese leído cualquier libro sobre salud de la mujer- continúo el hombre- sabría que su cuerpo solo acumula calcio hasta cierta edad. Mientras ella llena hasta niveles tóxicos de amoniaco su organismo, a través de la tintura “mas económica” sus huesos pierden calcio, el cual no es restituido porque no toma leche, acusando la barata excusa de “me hace mal la leche” que es lo mismo que decir “me hace mal el agua” pues la leche es el único alimento que produce el ser humano, específicamente la mujer.
-Cada vez más trágico-
-Después de la menopausia sufrirá problemas a los huesos. Se seguirá tiñendo el pelo y ya no le servirá tomar leche. Requerirá prótesis, cirugías, medicamentos caros y como usa de la tintura “más económica”, el Estado, deberá subvencionar todo eso (menos la tintura) gasto que podría haber sido ahorrado si la mujer cuando era una niña como tú hubiese leído dos libros: uno sobre las rubias y otro sobre los huesos. Esos recursos que el estado gastara en medicinas para muchas mujeres que prefirieron teñirse el pelo con amoniaco en vez de comer calcio, podría haber sido usado en hacer mas baratos los libros.
-Pero los libros son caros…-dijo la niña- lo veo todos los fines de semana.
-Pero hay bibliotecas. En vez de ver estereotipadas teleseries en las tardes podría ir a la biblioteca…pero en fin…-finalizo el adulto- no le pidamos peras al olmo.

Silencio otra vez. La niña observo callada por mucho rato cuantas mujeres falsamente rubias pasaban junto a ellos. De todas las edades, de todas las clases sociales. Pensó en cuanto dinero gastarían al mes, al año, en una vida en aparentar algo que no eran y en cuantas de ella dejarían de comprar leche u otras cosas para comprarse la pintura. ¿Cuántas de ellas leerían?
-Ahora-¿Dónde vamos? Dijo el adulto-
-Ya no quiero helado- Dijo la niña. Vamos por mis muñecas y después te acompaño a la librería.

La elección de las muñecas fue rápida. Solo le faltaban dos para la colección y se fue derecho a ellas. En la librería se demoro mucho más que el adulto en escoger. Finalmente opto por un tomo ilustrado de la “Historia de Roma, desde Rómulo a Rómulo Augusto”.Todo para comprobar la veracidad acerca de la discriminación de los rubios en aquel periodo. El adulto al ver el precio, casi se vio arrepentido por la perorata sobre los esclavos rubios. Finalmente el no llevo ningún libro, pero ella se fue feliz con dos muñecas y un tomo ilustrado.
El viaje de vuelta fue silencioso. Antes de salir del Centro Comercial, la niña contabilizo 51 mujeres falsamente rubias. En el viaje a casa se dedico a desenvolver las muñecas de sus paquetes y comenzar a peinarlas.
Una vez en casa, notaron algo raro. Había demasiado silencio.
-¿Mamá? –pregunto la niña
-Estoy acá arriba, bajo de inmediato-dijo una voz femenina desde el segundo piso.
El hombre se sentó en el sillón a leer el diario mientras la niña hojeaba el libro sobre Roma en busca de algún ilustraron sobre los esclavos rubios. Por fin se oyeron pasos en la escalera, pero nadie apareció en la sala.
-¿Mamá? Dijo otra vez la niña.
-Les tengo una sorpresa. Cierren los ojos- dijo la misma voz femenina familiar.
Ambos, hombre y niña, cerraron los ojos y al abrirlos el estupor de los dos fue mayúsculo. Pues allí en medio de la sala estaba una hermosa mujer. Una mujer que todos los días se tomaba sagradamente tres vasos de leche para prevenir la osteoporosis. Una mujer que hasta hace un par de horas lucía una reluciente cabellera oscura y ondulada, pero ahora, su figura completa semejaba a una de las absurdas gorgonas de la mitología griega.

-¿Les gusta?-preguntó la mujer al ver los rostros de estupor de hombre y niña- Vino Celina y me dijo que porque no cambiar así es que fui a la peluquería mientras ustedes estaban en el Centro Comercial…

La mujer no alcanzó a terminar la frase, pues el hombre se levantó violentamente del sofá, se dirigió a la biblioteca y con fuerte portazo dejo tras de si a la niña que, de espaldas en el suelo, reía casi al borde de una convulsión; y a la mujer que no alcanzaba a comprender la reacción de ambos frente a su nueva y frondosa cabellera rubia.



febrero 15, 2010

Un Hombre Lobo Traiguenino en Angol

Ahora, en este febrero demencial y cumplidos ya los treinta años, me he convertido en un proscrito, en un prófugo y en un traidor, siento que tengo que confesar varias cosas. Para ser honesto con aquellas personas a quienes conocí, que ahora son parte de mi pasado. Aquellos que compartieron conmigo, que rieron a mi lado, que trabajaron junto a mí. A aquellos a quienes les desnude el alma. Por ellos decidí escribir esta crónica. A quienes me conocieron, por primera vez quiero sincerarles mi alma, y mostrarme ante todos tal cual soy. En las siguientes paginas, que pueden parecer el delirio de un demente, o frases desperdigadas recogidas al azar por una mano infantil, esta la clave para entender lo ocurrido en Angol, aquella fatídica noche de verano, recordada por todos y entender las verdaderas causas de mi extraña desaparición. Tal vez el titulo pueda parecer cómico y altisonante, pero la relación que guardan algunos aspectos de mi vida, con los hechos narrados en la película de 1981, “Un hombre lobo americano en Londres”, os hará entender más acerca de mi perpetuo aislamiento, mi búsqueda de la soledad, mi ansia devoradora de conocimiento y las razones porque no me ausentaba de Traiguén más allá de lo estrictamente necesario. Establecida ya esta breve introducción paso a narrar la primera parte de mi vida, aquella que he añorado muchas veces en estos últimos nueve años.


PRIMERA PARTE
De mi fascinación por la Luna y lo que era mi vida antes de esa Noche


Debo reconocerlo. Siempre he sentido fascinación por la Luna Llena. Ya no recuerdo cuando fue la primera vez que me escabullí una noche, y embelesado la admire hasta el amanecer. Debió ser en mis primeros años, pues es uno de los primeros recuerdos del que tengo conciencia. Una noche tibia. Solo yo y ella.
Será por esa secreta pasión que mire con horror, todas y cada una de las paginas de un libro que recibí de regalo en mi cumpleaños número siete. Era un libro sobre el viaje del Apolo XI, de la Tierra a la Luna, el 21 de julio de 1969, once años antes de mi nacimiento. Ya conocía ese evento desde hace mucho y había divisado también alguna que otra foto de las más famosas. Pero ver retratado, con tal nivel de detalles, la áspera piel de mi enamorada, en grises fotografías que la mostraban paupérrima y sin vida, me produjo tal sensación de repugnancia y rabia a la vez, que sin poder contener mi ira, lancé el libro por los aires y en represalia destruí el árbol de Navidad, con mis propias manos, ante el atónito asombro de toda mi familia. Es cierto, les eché a perder la fiesta a todos, pero bien valía la pena el título de aguafiestas, por haberme revelado el cruel secreto de la Luna. Decirle a un niño de siete años que la seductora silueta de su enamorada, no era nada más que las frías cicatrices de mil impactos estelares, tiene su precio. Desde ahí comenzó un paseo que duro todo un año, por psiquiatras, psicólogos, y demás profesionales que ni recuerdo. Me hicieron mil análisis y el diagnostico final fue concluyente: “es un niño sano, bastante inteligente para su edad, tanto que es capaz de manipular a sus padres con sus rabietas”. A pesar de esto, me negué a creer en la cruel realidad plasmada en el libro y una vez de vuelta a casa, tome el libro, salí al campo secretamente de noche y corrí hasta que mis pulmones se quedaron sin aire. Solo en el descampado, destroce el libro con mis manos, con mis dientes, con mis pies. Me ensañe con cada una de sus fotografías y no descanse hasta verlo reducido a minúsculas partículas. Solo ahí retome la calma y el control de mi mismo, sintiéndome tranquilo y aliviado. Dejando atrás la ira contenida y asumiendo que no debía volver a perder el control en público. No tenía ganas de ser sometido otra vez a más análisis. Ese sería mi secreto, compartido solo por la Luna, que me observaba vigilante desde lo alto. A partir de esa noche aprendí a contener mis ataques de ira, dejándolos fluir solamente cuando no me encontraba acompañado y con algo que destruir a la mano. Era mi ejercicio. Algunos hacen yoga. Yo corría, destruía objetos y gritaba hasta quedar ronco, una vez cada cierto tiempo. Siempre solo, en el campo y de noche.
La verdad revelada en el libro cayó en mi corazón infantil como un saco de cemento. A pesar de esa realidad, tan palpable como la tierra bajo mis pies, pero a la vez tan lejana como el sueño de un moribundo, seguí adorando a la Luna desde mi ventana. Por eso, cuando llegue a la adolescencia me atreví a ir más allá. Desde los catorce años, todas y cada de las trece noches al año en que la Luna, se me mostraba en toda su esplendorosa desnudez, me escapaba a hurtadillas de mi casa, cuando todos dormían y cuando Ella se encontraba en lo mas alto del cielo nocturno. Vagaba por el campo, buscando el mejor paraje desde donde memorizar todos sus detalles. Mi amada no es como la tierra, que permanece. Ella es cambiante, por eso, cada mes tenía que buscar un lugar distinto desde donde poder observarla con más detenimiento. Me pasaba horas mirándola, adivinando como sus rayos de descomponían en mil colores al pasar sobre una nube difusa, tratando de aprender cada recoveco de su fisonomía. Me quedaba sentado, solo en el campo, hasta que su faz se volvía difusa y el cielo era invadido por estrías rojas. Ante esas señales inequívocas del amanecer, me despedía de mi amada y regresaba corriendo a mi casa, a meterme en mi cama, y disimular que había pasado la noche dormido.
Cuando estaba nublado, esperaba a que un pedacito de cielo me mostrara su imagen aunque fuese solo un segundo. Con eso era suficiente. Y si llovía, me empapaba dichoso, pensando en que cada gota caída del cielo, era una lágrima derramada por Ella, al verse impedida de divisarme entre tanta nube oscura. Aquellas noches, en que me quedaba esperándola, componía poemas y canciones en su nombre, recordándola e imaginado su fiel mirada sobre mí en aquel minuto.
Nadie sospechó nunca sobre mi secreta agonía de amor. Ni mi madre, ni mi abuela, ni aquellas esporádicas jovencitas con las que salí durante aquel tiempo. Ni mis primos y primas, quienes me conocen mejor que nadie. Si alguien de mi familia llegó a sospecharlo, nunca nadie lo menciono, pensando que debía tratarse de otras de las locuras de aquel jovencito lector.
Cuando llego la edad de abandonar el campo, me marche a Temuco a estudiar. Nunca falte a una cita con Ella, esas noches para mi eran sagradas. Invente excusas incluso para aquellas en las cuales los estudios me obligaban a permanecer recluido dentro del Hospital una noche completa.
Nunca tuve miedo de la noche. El campo donde me crié era solitario y seguro. No temía a las alimañas del campo, ni a los bandidos de la ciudad. Sentía la protección de Ella en cada uno de sus pasos. Era tanta grande mi amor por la Luna, y tan extensa se hacían las noches esperándola que pensé que mi angustia decoraría mi espíritu y que debería conformarme de una vez por todas con una amante mortal. Escogería a una mujer blanca y misteriosa, para ver reflejado en ella, aunque pálidamente la inconmensurable belleza de mi amada inmortal. Con tanto ahínco, me pase las noches escarbando el cielo buscando un gesto, una señal. Tan profunda fue mi devoción, que uno de sus hijos respondió a mi plegaria.
Recuerdo que fue una noche de verano como cualquiera. Tenía 21 años y aun me quedaba faltaba para terminar la Universidad. Fue en la casa de mi familia, en el campo cercano a Traiguén, donde transcurrió mi infancia y donde solía pasar las vacaciones. Salí, a mi cita nocturna, después de medianoche, una vez que todos se hubiesen dormido. Me abrigue un poco y me las enfile por el sendero que salía de la casa hacia el cerro más alto. Estaba despejado así es podría contemplar la Luna de una forma especial, casi como si la pudiese alcanzar con mis dedos.
Comencé a notar algo extraño apenas me aleje de la casa. Hubo una época, después de lo ocurrido esa noche, en la cual pensé, que ante aquellas pequeñas señales, debí haber desandado el camino y volver a mi casa. Según creía yo, con solo tomar esa decisión, me hubiese evitado noches de angustia y dolor, noches eternas de sufrimiento, de contener ansias y deseos. Pero, a los veintiún años, después de tantos años asistiendo a mi cita mensual, jamás hubiese concebido siquiera ausentarme una noche de Luna Llena y conformarme con mirarla desde la ventana. Ahora se que hubiese, que regresar o continuar mi camino, significaban el mismos destino. Ya estaba marcado desde hace mucho. Hace varios años que mis correrías nocturnas no eran solitarias como yo pensaba. Era observado, era analizado y finalmente fui aprobado. Si no era esa noche, podría haber sido cualquier otra.
Repentinamente la noche veraniega comenzó a plagarse de una niebla infesta. No era una niebla normal, era un vaho que se arrastraba por la tierra de forma repugnante y parecía enlentecer mis pasos. No le di mayor importancia y continúe mi marcha por ese sendero que ya comenzaba su ascenso. La Luna me guiaba y su luz me hacia ignorar los extraños sonidos a mí alrededor: ramas quebrándose, arbustos moviéndose violentamente, correteos repentinos. Dos o tres veces, al sentir un tibio aliento en mi nuca, debí darme vuelta y mirar quien me seguía, si eran mis primos gastándome alguna broma o mi madre furiosa que salía tras mis pasos. Nadie. El camino continuaba solitario e invadido por la niebla. Al pasar bajo unos tupidos maitenes la luz de la Luna se perdió por unos instantes. Poco más allá un bosquecito de cipreses tupió más y más mi visión hasta que, sin proponérmelo, me encontré caminando en medio de la oscuridad. Solo al final, veía una pálida señal luminiscente. Hacia allí corrí, sintiendo por primera vez en mi vida miedo de la noche.
No alcance a salir del bosquecillo. Algo me cortó el paso de pronto. Solo vi una enorme sombra apareciendo abruptamente en el camino. Se movía despacio, pero con agilidad, contando cada uno de los latidos de mi corazón. Comenzó a rodearme y a acercase sigilosamente hacia mi. A menos de un metro, pude sentir el sofocante halito que me desprendía. Antes de poder distinguir bien su forma, divise dos puntos rojos, pequeños al principio, casi invisibles, pero volviéndose mas reales y tangibles con cada centímetro de distancia que ganaban hacia mí. Eran dos ojos, de forma alargada y siniestra pupila oscura. Lo que un principio creí se trataba de un iris rojizo, en realidad eran escleras invadidas de derrames sanguinolentos. Entonces su forma se me hizo visible en todo su horrible esplendor. Era una bestia, de eso no cabía duda. Pero era una bestia como jamás vi antes. Aún agazapada ante mi como estaba, se veía enorme, de pelaje oscuro, fauces abiertas y mirada hostil. Quieto, sabiendo que la fiera estaba tan cerca de mí que podía distinguir iris de pupila, me preguntaba estúpidamente porque no me atacaba de una vez. Detuve mi respiración y hubiese querido tener la facultad de silenciar los latidos de mi corazón, pues retumbaban cual tambores de fiesta en aquel silencio sepulcral. Un aire gélido como la muerte jugueteo con las ramas de los cipreses sobre mi cabeza. La bestia no se movía. Con la poca entereza que aún conservaba di un paso atrás y el animal se sobresalto. Devoró, al instante, los pocos centímetros que lo separaban de mí y sentí su fría nariz rozándome las mejillas. Caí hacia atrás, como si la misma niebla me hubiese hecho una zancadilla con sus tentáculos etéreos. De espaldas en el suelo, me sentí presa segura. Apreté mis parpados y me prepare a sentir unas fauces hambrientas devorándome. Solo pedí a mi amada Luna, si aún podía mirarme a través del bosque, que la bestia se abalanzará primero sobre mi cuello, que seccionara mi yugular y me diera una muerte instantánea. Mis estudios en anatomía me convencían, en aquello segundos interminables, de lo insoportablemente horrible que sería, si la fiera decidía comenzar a morderme por el abdomen, rasgando mis vísceras, impidiéndome gritar y cegándome la vida de una de las formas mas dolorosas de morir que existen.
Pensando en esto, abrí los ojos, enojado con aquel animal insensible, que prolongaba mi agonía mental, sin decidirse a devorarme o dejarme. Esperando que todo se tratase de una jugarreta de mi imaginación, despegue mis parpados nerviosos, rogando que solo estuviera allí la noche vacía del bosquecillo de cipreses.
Pero no. Ahí estaba aún. La bestia, agazapada sobre mí. Mirándome, dominándome, conociéndome. Apenas abrí los ojos, la tuve tan cerca que creí que mis peores pronósticos estaban errados, que no comenzaría por el cuello ni el abdomen, sino que me apretaría la cabeza con sus fauces y devoraría mis sesos, degustándolos y desperdigándolos en aquel sendero perdido del campo familiar. Sentí una vez mas su aliento tibio quemándome los labios. Tan abruptamente como apareció, saltó sobre mi cuerpo temeroso, me rodeo como marcando su territorio y se coloco nuevamente frente a mi. Entonces profirió el más siniestro y aterrador aullido que había oído hasta ese minuto. Ni siquiera tuve fuerzas para llevar mis manos a las orejas. A pesar que aquel sonido pretendía reventar la poca cordura que aún conservaba, una extraña fuerza instintiva en mí, hizo que buscara algún pequeño rastro de belleza. Era un aullido armonioso, combinaba a la perfección con la noche, la luna y el miedo.
Y ya no me quedaron dudas. Lo que en un principio tome por un zorro, después por un puma, al rato por un perro furioso era en realidad un lobo. Pero ¿que hacía un lobo de pelaje negro en Traiguén? ¿No estaban extinguiéndose en el resto del mundo? ¿Se habría escapado de algún circo?
Todas estas preguntas formuló mi febril cerebro, durante el tiempo que duro el aullido. En silencio, esos ojos horribles me miraron una vez más y el lobo desapareció por el bosquecillo como si la oscuridad de la noche lo hubiese devorado.
Ahí me quede. Petrificado de terror. Con los pantalones mojados y el corazón a punto de explotar. Alrededor mío la noche retomó todos sus sonidos, si es que en realidad los silenció alguna vez, el gorgoteo del agua cercana, los grillos y ranas cantándole a la noche, el viento silbando en lo alto. Solo la niebla pegajosa parecía obstinada y no tenía intenciones de desaparecer. No puedo calcular cuando tiempo estuve sentado en el camino, en la misma posición en la cual me acechó el lobo. Pudieron ser instantes lo mismo que horas. Cuando mis latidos se hicieron rítmicos y regulares, decidí ponerme de pie. Sentí mis glúteos húmedos y, aunque parezca irreal, para ese momento, reí a carcajadas pensando en como explicaría a mi madre, el haberme orinado en los pantalones a los veintiún años. Di la vuelta para regresar a mi casa, abandonando todo intento de ver a mi amada por esa noche y las sucesivas, cuando ocurrió.

Solo sentí un rugido a mi espalda y el peso enorme de una embestida brutal. Caí otra vez al piso, pero esta vez di con mi nariz en la tierra. Sentí un reguero de líquido tibio discurriendo locamente hacia mi boca. Era mi sangre. Repentinamente en la parte superior de mi espalda, comencé a sentir un ardor, transformado prontamente en dolor, cuando el lobo clavó sus dientes allí, cerrando sus mandíbulas sobre mi hombro. Sentí como me quebraba la clavícula, como me dislocaba el humero, como se desastillaba mi escápula. Sin soltarme esas poderosas fauces me levantaron en vilo y con una fuerza brutal me arrojaban contra el tronco de un árbol. Creí sentir mi columna rompiéndose con el impacto. Con mi último aliento vi la bestia abalanzarse sobre mí, con mirada mortal y sus fauces escarlatas, rogando por mi sangre. Antes de cerrar los ojos y entregarme a la muerte, pensé en las fotos de aquel libro de mi infancia. Debí creer en ellas. Esa era la verdad. La Luna esta muerta y su mirada embustera nunca me amó. Tras ese pensamiento efímero, todo fue oscuridad.

enero 23, 2010

30

Gracias, muchas gracias a la familia, tod@s l@s amig@s, jóvenes, no tan jóvenes, empresarios, jardineros, artistas, putas y no tan putas, por sus hermosos saludos de cumpleaños a través de abrazos, besos, facebook, teléfono, mensajes de texto, señales de humo y demases.
Sin ningún afán voyerista, quiero compartir algo. No para que me entiendan (pues eso, por definición ya es complicado) ni para que me compadezcan, ni para que sepan el porque de mi “cara de culo”. Solo por que por hoy, quiero hacer publico lo privado.Hace un año, comencé a organizar mi cumpleaños Nº 30. Quería que fuera una celebración apoteósica, con muchos invitados, como el centésimo décimo primero cumpleaños de Bilbo Bolsón en "El Señor de los Anillos". Tirar a la parrilla varias cabezas de ganado, docenas de cerdos y otros animales, hasta a algunas amigas y amigos. Me prepare, pero a fines del 2009, el destino quiso otra cosa, y me cambio los planes...Y me recordó que mi vida no es mía, solo la tengo prestada…algún día deberé devolverla. Si hace un año, alguien me hubiese dicho que mi trigésimo cumpleaños seria el mas solitario y melancólico de todos los anteriores 29, no lo hubiese creído... Y así fue. No hubo fiesta, no hubo celebración, no hubo encuentros. Jamás hubiese imaginado que la noche de mis 30 años me la iba a pasar caminando solo por las calles de Temuco, después de ir a ver Sherlock Holmes.
Un duelo, una despedida, una confesión, una revelación y dos tristezas marcaron el cruce de esta década. Irónico, con el fin de los veintes cierro un ciclo que no pensé cerrar tan pronto.
Aún así hubieron momentos inolvidables: el feliz cumpleaños por telefono, saludos de personas que no espere, el grito de Cristobalito en el cine cuando vio los monstruos de Avatar en 3D, el pastelito de selva negra esperandome, de noche, después de mi caminata, las pizza XL devoradas con la familia...
Ahí estuvo la familia a través del teléfono, los amigos acompañándome siempre...Los amo a tod@s. Siempre recordare que al comenzar la treintena aprendí a amarl@s más.Y ahora a vivir los treinta...eso que pasa después de los 29....

enero 16, 2010

El hilo rojo del destino. ¿Estamos unidos a las personas que conoceremos?




El hilo invisible que nos une a las personas que conocemos


Los japoneses tienen la creencia de que las personas predestinadas a conocerse se encuentran unidas por un hilo rojo atado al dedo meñique. Es invisible y permanece atado a estas dos personas a pesar del tiempo, del lugar, de las circunstancias…El hilo puede enredarse o tensarse, pero nunca puede romperse.
Esta leyenda surge cuando se descubre que la arteria ulnar conecta el corazón con el dedo meñique. Al estar unidos por esa arteria se comenzó a decir que los hilos rojos del destino unían los meñiques con los corazones; es decir, simbolizaban el interés compartido y la unión de los sentimientos.
.Incluso durante el Periodo Edo (1603 a 1867) algunas mujeres se amputaban el dedo meñique para demostrarles su amor a sus maridos. Se consideraba un símbolo de completa lealtad, algo similar a lo que hacen y siguen haciendo los “yakuzas” hoy en día como símbolo de obediencia a su “oyabun” (jefe), (aunque en este ultimo caso también se atribuye esa amputación a su descendencia samurai y a su imposibilidad así de manejar la espada).
Por eso en japonés los kanjis de “promesa de meñique” significan “dedo cortado”. Los japoneses suelen cerrar promesas haciendo una “promesa de meñique”, a la que corresponde esta canción infantil:

Promesa de meñique, si miento me tragaré mil agujas…♪
Yubikiri genman, uso tsuitara hari senbon nomasu… ♪


Una leyenda sobre este hilo rojo cuenta que un anciano que vive en la luna, sale cada noche y busca entre las almas aquellas que están predestinadas a unirse en la tierra, y cuando las encuentra las ata con un hilo rojo para que no se pierdan.
.Pero la leyenda más popular y la que se recita en casi todos los hogares japoneses a los niños y jóvenes es esta:
“Hace mucho tiempo, un emperador se entero de que en una de las provincias de su reino vivía una bruja muy poderosa que tenia la capacidad de poder ver el hilo rojo del destino y la mando traer ante su presencia.
Cuando la bruja llegó, el emperador le ordeno que buscara el otro extremo del hilo que llevaba atado al meñique y lo llevara ante la que seria su esposa; la bruja accedió a esta petición y comenzó a seguir y seguir el hilo. Esta búsqueda los llevo hasta un mercado en donde una pobre campesina con una bebe en los brazos ofrecía sus productos.
Al llegar hasta donde estaba esta campesina, se detuvo frente a ella y la invito a ponerse de pie e hizo que el joven emperador se acercara y le dijo : “Aquí termina tu hilo” , pero al escuchar esto , el emperador enfureció creyendo que era una burla de la bruja , empujo a la campesina que aun llevaba a su pequeña bebe en los brazos y la hizo caer haciendo que la bebe se hiciera una gran herida en la frente , ordeno a sus guardias que detuvieran a la bruja y le cortaran la cabeza.
Muchos años después, llego el momento en que este emperador debía casarse y su corte le recomendó que lo mejor era que desposara a la hija de un general muy poderoso. Aceptó y llegó el día de la boda y el momento de ver por primera vez la cara de su esposa, la cual entro al templo con un hermoso vestido y un velo que la cubría totalmente.
Al levantarle el velo vio por primera vez que este hermoso rostro…tenía una cicatriz muy peculiar en la frente. “
En definitiva, según esta creencia, el hilo rojo es el hilo invisible que nos acerca a todas las personas en esta tierra y lo que nos une a pesar de las dificultades, bien sean familiares, amigos, vecinos o conocidos. Así que tened cuidado con vuestro dedo meñique, nunca se sabe a quien podemos encontrar en nuestro camino.