marzo 31, 2008

ALTIPLANO


Recuerdo que yo tenía siete años cuando en la escuela nos enseñaron los accidentes geográficos: penínsulas, islas, golfos, montañas comenzaron a jugar con mi imaginación. Pero lo que mas excitó mi curiosidad fue el altiplano. Me costo imaginarme un lugar plano y en altura, donde la gente viviera y muriera. Yo nacido y criado en un valle desde donde se ven lejanas y altas las montañas. Estaba muy lejos de imaginar que años mas tarde recorrería por tierra en un viaje de diez horas el altiplano que hay entre La Paz y Arica, desde los 4000 mts. De altura al nivel del mar en horas. El bus salio a las 6 de la mañana de La Paz. Ahí si me conocí los rigores de la altura, el último día de mi estancia en Bolivia. Me costro trabajo encontrar el anden en el Terminal de buses, eso sumado a los mas de 25 kilos que llevaba en mi mochila (casi puros libros) mas mi bolso de mano. A nivel del mar quizás me hubiese cansado. A 3700 mts. pensé que me moriría. Además la angustiante sensación de perder el bus y o tener mas hasta el otro día. Eso significaba perder el avión en Arica y tener que hacer el camino de vuelta a Traiguén por tierra… Apenas encontré el bus corrí a mi asiento y me “eché” en el, dejando que mi cuerpo se acomodara solo como mejor pudiera y mi corazón alcanzara su frecuencia cardiaca normal. Comencé a oler la esencia de una flor que crece en altura, una fragancia que venden en todas las farmacias y que por suerte compre en Cuzco. Cuando el bus partió ya me había repuesto. Pero parece que el efecto de la flor era demasiado porque cuando estábamos en la frontera y a mas de 4000 mts. de altura casi no percibía mi pulso. De ahí solo vi la hermosa inmensidad del altiplano, con sus tierras de mil colores, de pronto una casa perdida en la lejanía, a veces las ruinas de un tambo a orillas de la carretera. Y siempre subiendo. Esta fotografía la tome yo mismo, en el viaje eterno y seductor a la vez . Ahora que a pasado un año recuerdo con ansiedad ese día. Las ganas que tenía de llegar a casa y el hecho de pensar que aun cuando inicie el viaje, faltaban aún dos día para estar en Traiguén. De ver rostros conocidos, de comer porotos de ver las montañas hacia arriba y no al revés. Agradecido si de los hermosos lugares que conocí, de la suerte que tuve, de la cara que pondrían mis papas cuando les contara que estuve toda una mañana detenido en una comisaría en Cuzco, del grito que daría mi mama al ver el aro que me coloque cuando empecé el viaje en Santiago hace un mes. Me acorde también de los atardeceres de Amantaní, de la mañana que me perdí solo en la isla del sol y así pierdo el lanchón, del huaquero que conocí en esa isla y me dejo fotografiar las momias, del carnaval en Puno y como quedamos con Gabriel blancos de espuma sintética. O cuando caminando por La Paz vi que vendían la película “Machuca” y se la recomendé a una transeúnte, que además de comprarla me regalo una agradable plática de los regimenes dictatoriales en Sudamérica. O la tarde en que fui a llamar por teléfono a mi casa y el hijo de la dueña del centro de llamados me recordó tanto a mi Cristóbal que le regale un billete para que se comprara el helado por el que tanto lloraba. O cuando por fin pude hablar con Claudita y no me creía que estaba en otro país. Como los humanos somos animales además de sociales, gregarios a poco de estar en lugares extraños comenzamos en encontrar familiares rostros de desconocidos, que tiene la sonrisa de mi mama, que habla como mi amigo, que el pelo es como el de mi hermana…A mi me paso eso los dos últimos días el Bolivia. Y en mente esa mañana solo estaban los deseos de volver algún día a aquellos lugares.