julio 01, 2008

Amy Lee, Mr. Babilonico, la Medusa Lovecraftiana y otros peces de colores




Amy Lee. No sé qué me pasa con esa mujer. Afirmación.
O debería ser: ¿no sé qué me pasa con esa mujer? Interrogante.
Y me interrogo a mí mismo. Y la respuesta a la pregunta es la misma que la afirmación.
¿Serán esos ojos glaciales?
Son esos ojos glaciales.
¿Será esa voz perturbadora?
Es esa voz perturbadora.
¿Será el vomito poético en cada una de sus canciones?
Es el vomito poético
¿Será la triste emoción de su mirada?
Es la triste emoción de su mirada.

Es jueves y estoy en Curacautín. Hace menos frío que en Angol. Llegue a mediodía, con el sol casi en el cenit, calentando los pueblos esparcidos como una viuda parsimoniosa. Raro. Mientras más arriba menos frío. La ciudad de Los Confines ha estado gélida durante las mañanas. ¿Será el veranito de San Juan?

A través de los audífonos de mi MP4, Amy Lee dice “hello” en mis oídos. Me derrito.
Llegue una hora antes de lo previsto. Me fui derechito a mi restaurant favorito en Curacautín. Y no había almuerzo. Con las ganas que tenía de una sopita para calentar el cuerpo. Pedí un clásico “churrasco palta tomate”. Estoy esperando que me lo traigan. Me acaba de llamar la Sra. K. me pregunto dónde estoy. Me confundo. Entre la voz de pito de la Sra. K y los altos de mesosoprano de Amy no se a cuál de las dos responder.
-Make me real- le digo a la Sra. K
-¿¡Qué!?-chilla la Sra. K que no es angloparlante.
-¡ah!- es que estoy en Curacautín, como a doscientos kilómetros de Angol… se me olvido decirte que venía hoy…
-Seria todo-dice lacónica la sra. K-
tu-tu-tu-tu-…el ruido en mi oído se hace interminable.
-¿Quedaríamos de almorzar juntos hoy? Me pregunto a mí mismo.
-Don´t lett me die here -canta Amy Lee
-¡¡Cállate!!- le digo, gritándoles por vez primera a mi nueva musa.
Cambio de canción. “Everybody Fool’s”. Me siento mucho mejor.

Anoche me trataron de tonto y yo sonreí. La última persona que se atrevió a afirmar eso de mi hoy reposa en el frio descanso del olvido. Sufrió latigazos de desprecio, bocanadas de soberbia y bofetadas de censura. Lo borre. Lo borre de mi celular, de mi msn, de mi vida. Y de su vida también. Ahora no sabe quién es. Al final el tonto era el mismo. Pero cuando ayer “Sr. Babilónico” me dijo TONTO yo solo sonreí. Menos mal que a través del teléfono no pudo ver mi sonrisa estúpida. Aunque tal vez sí, porque estoy comenzando a creer que ese hombre es un brujo. Un esbirro de la Recta Provincia, escapado de su extinción más de un siglo atrás. Este Sr. Me trató de tonto, no por alguna estupidez que yo haya dicho, o por algún acto insensato que le hubiese contado. Me trato de tonto por mi edad. Por el solo hecho de haber nacido hace veintiocho años soy tonto. Por tener conciencia solo de los últimos años de la dictadura, soy tonto. Solo soy un árbol con dos pequeñas ramas y no una secoya monumentalmente vieja, con un tronco grueso y arrugado, con una corteza milenaria como el “Sr. Despótico Rey de Uruk”. Él es ese árbol, como el del sueño de Nabucodonosor, un árbol de experiencia inconmensurable, repleto de nidos de pájaros de todos los tamaños y colores. Aves dantescas y guturales. Yo no tengo nidos en mis ramas. Allí solo reposan caballos desbocados.
Me trató de tonto y yo reí. Y fue hablar con el “Sr. Amor platónico de la diosa Astarté” que no le dije a la Sra. K que hoy venía a Curacautín. Sucedieron las cosas de esta manera: anoche estaba yo en mi casa tomando mate (llevaba ya bebido entre uno coma cinco y dos litros) en una entretenida tertulia con la Sra. K y la Srta. KFFF. Ella fumaban, el mate era solo para mí. Una, dos, tres, cien, mil veces extraje del recipiente de greda el extásico liquido. Y entonces mi bolsillo comenzó a vibrar. Mi teléfono. No era una voz, eran letras. Un mensaje. En escritura cuneiforme se me informaba que “Mr. Vencedor de Dragones” necesita saber el número de mi teléfono de red fija. Por centecimadecimaquicuagesimaseptimatercera vez se lo di. A los dos segundos, con 89 centésimas oímos todos Ring-ring. Estridente y palpitante. Abandoné la mesa con mi humeante mezcla de hierbas y la pelambra tertulia con la Sra. K y la Srta. KFFF me dirige al aparato que no dejaba de sonar. Tras el auricular la voz de poeta de “Mr. Éforo” comenzó a recitar toda su sapiencia y mientras más vociferaba más pequeño e ignorante me sentía yo. Y también al revés, cada vez que sacaba algo suyo de dentro de él mismo, yo comenzaba a crecer. Y así por mucho rato entre ese desequilibrio molecular entre la masa que aportaba él y la que me arrebataba al segundo siguiente. Hasta que caí en cuenta que desde el albo auricular no salían palabras. Llegaban a mis oídos como letras y otros símbolos, mi cerebro las traducía así, pero del teléfono comenzó a salir un pez grande. Azulado y brillante. Lo quise atrapar, pero al instante en que desprendió su cola enorme del auricular apareció la cabeza de otro. Uno verdoso, era más pequeño que su predecesor pero más hermoso. Este cayó al suelo y reboto en las baldosas. Lo quise atrapar también pero al instante se escurrió bajo los sillones y lo perdí de vista. Asomo un tercero rojizo y grande, después uno violeta, uno pardo, uno marrón uno gris. Y así mi casa se transformo en un acuario de aire donde decenas de peces correteaban graciosamente entre mis cosas. De pronto “Mr. ‘Amigo de Enkido’” (así con dobles comillas, el que tiene oídos que oiga) dejo de hablar y rió. Y todos los peces se unieron a él en una carcajada gutural. Si nunca han oído reír un pez, entiendan que se han perdido un canto hermoso. Imagínense mi emoción al ver la risa de muchos de ellos. Porque vi esa risa, no la oí. Después siguieron tranquilamente con su búsqueda: bajo la mesa, entre mis libros, abrieron las cajas donde guardo mis películas. Desparramaron mis ideas como si fuera masa encefálica. Nadaban en el aire y no tenían alas. La Srta. KFFF se despidió y se fue. Ni los peces ni yo percibimos su ausencia, así como ella tampoco percibió a los peces. La Srta. K se retiro indignada a sus aposentos y los peces la corretearon con sus colas. Y “Mr. Buscador de la Planta de la Inmortalidad” seguía hablando y mientras más hablaba mas peces aparecían y yo más acuático me sentía. Se me cayeron los parpados porque con tanto pez hermoso se me abrieron los ojos. Vi que mis dedos comenzaron a estar unidos por una fina membrana trasparente de puras ganas que sentía de salir a nadar con los peces. Todo por las ideas de “Mr. Vencedor del Toro del Cielo”. Lo odie. Me hizo nadar otra vez fuera del agua. Me saco del acuario y vi el agua. Estaba tranquilo nadando dentro mi caja de vidrio, cómodo y confortable. No veía el agua y no me importaba. Ahora nuevamente estoy fuera de la caja y puedo ver el agua. Me siento mejor que antes. Lo odio y lo amo, a mi re descubridor de la visión fuera del agua.
De pronto me pregunto mi edad.
-Veintiocho-dije yo- me muero el otro año, porque cuando niño firme un pacto con Dios para entregar mi vida a los veintinueve años como un sacrificio a la humanidad y como un ejemplo para la juventud de muerte torcida. Me van a quemar y lanzaran mis cenizas al rio Traiguén. Excepto una de mis manos, que conservaran en una urna de cristal por los siglos de los siglos y la sacaran en procesión una vez al año para satisfacción del vulgo ignorante suplicante de mártires…
Una idiotez. Ya lo había dicho. Los peces dejaron de salir a través del auricular. No podía volver atrás como lo hago cuando me gusta algún tema de Amy Lee.
-Eres un árbol sin nidos-me dijo- Tienes huevos pero no tienes nidos. Y por eso eres tonto.
-Conocí las monedas de dos pesos-
Otra estupidez. Pero sirvió. Se vino otra media hora de cátedra, esta vez de numismática, no te teología, desde los presocráticos a la época post neoliberal. Y salían y salían peces, esta vez pequeñitos, de bronce, de plata, de otro, de aluminio, de cobre.
-Yo viví el toque de queda- interrumpí la creación de pececillos de metal.
-¡No lo viviste!- me aulló “Mr. Conocedor del Sabio Utnapishtim” Porque en ese tiempo solo eras un piñón y no tenías ni siquiera cuerpo. Eras menos que nada. Legalmente no existías. Eras solo una vida humana en potencia, no una vida humana individual. Yo en cambio en esa época ya era una joven secoya, robusta. Fue de aquellas que agito sus ramas y espanto a los buitres. Intentaron quemarme y no lo consiguieron. Y aquí estoy interprérito. Tu solo eras un piñón.
-Bueno soy era un piñón, pero ahora soy una Araucaria. Y SOY y PIENSO lo mismo que tu cuando eras una secoya joven…
Y entonces apareció. Algunos peces huyeron, otros quedaron de inmediato con su abdomen hacia el cielo. Un grupo menos numeroso se transformo en bestias lovecraftianas. Las aletas fueron reemplazadas por horripilantes tentáculos.
-¡No leo más a Lovecraft, ni a Derleth!- pensé…Porque ya mi boca de pez no emitía sonidos.
Un enorme apéndice viscoso se enrosco irreductiblemente en mi cuello y comenzó a arrastrarme hacia el orificio pulcro y transparente de uno de aquellos monstruos. Era como un parto al revés. A través de sus prolongaciones glutinosas me inyectó venenosas endorfinas y me deje llevar plácido. Con la misma sonrisa estúpida con la cual respondí a la afirmación de mi estupidez etaria. Y ya no le vi dos ojos, sino que un millar. No tenia dientes solo blandas y horripilantes prolongaciones carnosas.
-Nooooo Dagón noooo-grité
Y entonces fue cuando comenzó a salir a través del auricular. Primero un brazo largo y transparente, luego y otro, igual que ocurrió con los pececillos. Hasta que perdí la cuenta. Después apareció la cabeza y el cuerpo, todo de una vez. Como un sombrero transparente y enorme. Era una medusa. Hermosa y espantosa. Sin dilapidar tiempo devoro los cadáveres de los peces que no se transformaron en amorfos seres de pesadilla
-¡No soy un piñón!- grité

La medusa vino derechito a mí y me envolvió con su millón de tentaculillos. Y pude percibir sus pensamientos. “Soy Eterno”, me dijo, “me replicó a mí mismo. Estaba vivo en los tiempos de Adán y lo seguiré estando después del Armagedón, puedes matar una parte de mí, pero no a MÍ.
Estaba a punto de sucumbir y la voz se apago. Así de pronto, como huyen las tinieblas a esconderse cuando iluminas de improviso una habitación. Y ahí estaba yo, en mi living, sin peces, sin Medusa. Solo perturbaban la tranquilidad de la noche los benzodiacepínicos ronquidos de la Sra. K al otro lado de la pared. Camine hacia mi dormitorio tratando de no chapotear con el agua inexistente que mis ojos se esforzaban por no ver. Me dormí con una sensación post orgásmica. Pues fue, por culpa de esa Medusa, que no le avise a la Sra. K que hoy no almorzaría con ella.